Haro, uno de los principales centros productores de vino de España, vivió un periodo de extraordinario desarrollo en el último tramo del siglo XIX, cuando la industria enológica se modernizó y expandió por la Rioja Alta de la mano de algunos bodegueros franceses. Sin embargo, las raíces históricas y la tradición vitivinícola del municipio son mucho más antiguas.
La villa de Haro existió como tal al menos desde el siglo XI, y en el XII recibió un fuero real en el que se documentaba el cultivo de la vid. A lo largo del siglo XVII se fue consolidando como una localidad vinatera, y en 1669 contaba con 116 bodegas. Más tarde, entre los siglos XVIII y XIX, el desarrollo de varias vías de comunicación la convirtió en un importante centro industrial y comercial, que recibía artículos y materias primas procedentes de los puertos del Cantábrico y los distribuía en Castilla y Aragón. En 1863 se inauguró la estación de ferrocarril, germen del célebre Barrio de la Estación, en el que surgieron algunas de las bodegas más emblemáticas de Rioja.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, los viñedos del sur de Francia sufrieron varias plagas que llevaron a algunos vinateros de Montpellier, primero, y de Burdeos, después, a adquirir grandes cantidades de vino en la Rioja Alta. Algunos de los bodegueros bordeleses acabaron instalándose en Haro, en las inmediaciones de la estación de tren, que facilitaba la salida de sus productos. Así comenzó una época de bonanza jalonada por diversos acontecimientos: en 1890, Haro se convirtió en uno de los primeros municipios de España con alumbrado eléctrico público; en 1891 recibió el título de ciudad; en 1892 se abrió una sucursal del Banco de España, y ese mismo año se inauguró, tras la aprobación del Consejo de Ministros, la Estación Enológica de Haro, un centro de investigación, formación y promoción vitivinícola que sigue en activo.
El municipio posee hoy un núcleo urbano heterogéneo, en el que coexisten construcciones de diversas épocas, desde el último periodo de la Edad Media hasta la actualidad. Es recomendable callejear por su casco antiguo, en torno a la iglesia de Santo Tomás, la Plaza de la Paz o la Plaza de la Cruz. Existen algunas casas señoriales y palacios degradados, en estado de abandono o reconvertidos en viviendas modestas, que confieren al conjunto cierto aire decadente, pero sugestivo. Edificios de piedra de sillería ennegrecidos; solares en ruinas rodeados de construcciones modernas; callejones medievales con balcones utilizados como humildes tendederos, y rincones pintorescos como el de la calle de San Martín camino del Ayuntamiento. En este barrio se encuentra también la principal zona de pinchos de la ciudad, denominada «la Herradura» por el trazado de su calles.
Dentro del patrimonio histórico-artístico destacan dos templos: la iglesia de Santo Tomás y la basílica de Nuestra Señora de la Vega. La primera, del siglo XVI, fue declarada monumento nacional en 1931 y posee una valiosa portada plateresca, que asemeja un retablo de piedra labrada. En la segunda, del s. XVII, sobresale el retablo barroco del altar mayor. Desde la basílica se puede pasear hasta el casco antiguo por la calle de la Vega, cuyas fachadas abundan en galerías acristaladas de madera pintada de blanco. A mitad del recorrido se encuentra el antiguo Convento de los Agustinos, rehabilitado como hotel.
Entre las obras de arquitectura civil destacan el palacio de los Condes de Haro, el de Bendoña o Paternina, el Ayuntamiento, el palacio de los Condestables, el de la Cruz y el de Tejada, entre otros. En las afueras, a unos dos kilómetros del centro, merece la pena visitar el puente de Briñas sobre el río Ebro, de estilo gótico, cuya primera construcción data del siglo XIII.
Mención aparte merece el Barrio de la Estación, con bodegas tan emblemáticas como López de Heredia, CVNE, Gómez Cruzado, Muga, Roda, La Rioja Alta y Bodegas Bilbaínas. Todas ellas se pueden visitar con cita previa y cuentan con un wine bar.
DISTANCIAS:
A 41 kilómetros de Logroño, 19 km de Santo Domingo de la Calzada y 26 km de Laguardia.