El tren del Barrio de la Estación avanza

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Este sábado, tras una semana de tiempo mudable y previsiones meteorológicas inciertas, el sol salió en Haro y el Barrio de la Estación se convirtió en una fiesta. Se celebraba la tercera edición de un evento único en el ámbito del turismo enológico en España, con novedades muy destacadas respecto a las ediciones precedentes, y teníamos ganas de conocer el resultado y la respuesta del público. A las 11:30 el aparcamiento gratuito estaba todavía semivacío, pero decenas de asistentes hacían fila ya para recoger su copa Riedel y unos tickets canjeables por degustaciones de vino y tapas. Siete horas más tarde, a las 18:30, numerosos grupos remoloneaban por las calles, tras el cierre de las bodegas del barrio, y más de un centenar de personas bailaba a ritmo de swing cerca del aparcamiento, lleno de coches todavía, resistiéndose a poner fin a una jornada que les había resultado corta.

Desde entonces nos han hecho una pregunta recurrente: ¿qué tal estuvo la Cata del Barrio de la Estación, merece la pena? O lo que es lo mismo: ¿el evento está a la altura del precio de la entrada, que este año ha ascendido a cien euros? A nosotros nos pareció que el público se marchaba satisfecho, y en algunos casos, entusiasmado. Apenas oímos críticas. Bastantes visitantes habían estado en la edición anterior y habían repetido; otros habían asistido este año por primera vez y aseguraban que regresarían en la proxima ocasión. La mayoría había obtenido un descuento de veinte euros al comprar las entradas de forma anticipada, y algunos opinaban que ese precio (ochenta euros más gastos de gestión) resultaba económico considerando la oferta de vinos, tapas y actividades. Un gastrónomo madrileño, en cambio, establecía una comparación equívoca entre las consumiciones y el importe de un menú degustación en un restaurante con estrella Michelin (que suele rondar los cien euros, sin bebidas). Sin embargo, la Cata del Barrio de la Estación no es un almuerzo y constituiría un error abordarla como tal, a pesar de que este año se ha promocionado mucho la categoría de los platillos que acompañan a los vinos. Se trata, por el contrario, de una jornada festiva con el vino como protagonista, y todo aquel que se plantee asistir debería tener claro en qué consiste.

El guión básico de la Cata no ha cambiado desde su primera edición: el barrio de la estación del ferrocarril de Haro se cierra al tráfico, las calles se engalanan como si se fuera a celebrar una verbena, los jardines se decoran y los patios se convierten en terrazas de verano provistas de mesas y sombrillas. El vecindario del barrio es muy singular: siete grandes bodegas de Rioja, la mayoría centenarias, que se unen para ofrecer a los visitantes algunos de sus mejores vinos, acompañados de unas tapas para picar, en un ambiente jovial, con actuaciones musicales, pasacalles y actividades culturales. El escenario es único porque no hay ningún otro lugar que concentre en tan poco espacio siete bodegas como López de Heredia, CVNE, Gómez Cruzado, La Rioja Alta, Bodegas Bilbaínas, Muga y Roda. Los asistentes pueden recorrerlas en el orden que deseen, provistos de una copa del mejor cristal, de un folleto informativo y de veintidós tickets que podrán canjear por catorce vinos (dos en cada bodega), siete platillos y un postre. Después de degustar cada vino, deberán lavar su copa antes de probar el siguiente (hay numerosos grifos o lavacopas instalados con ese propósito). Roda, Muga y Gómez Cruzado permiten a los visitantes acceder a la mayor parte de sus instalaciones. Bodegas Bilbaínas, López de Heredia y La Rioja Alta abren al público varios espacios con encanto e interés. En CVNE, en cambio, este año sólo se podía visitar el coqueto patio ajardinado y uno de los pabellones de piedra del siglo XIX. Es una lástima que los asistentes no pudieran ver un poco más de la bodega, como la nave de barricas diseñada por el estudio de Gustave Eiffel, aunque solo fuera desde el exterior.

Tapas de Francis Paniego e Ignacio Echapresto

¿Y la gastronomía? Indudablemente mejor que en la anterior edición, si bien no resulta equiparable al nivel de los restaurantes de los chefs responsables de las tapas: Francis Paniego, de El Portal del Echaurren (con dos estrellas Michelin) e Ignacio Echapresto, de la Venta de Moncalvillo (con una estrella). Es lógico. Como ha señalado Paniego, es un reto difícil “mantener la calidad y la trazabilidad” de los platos en un evento tan multitudinario. No puede ser lo mismo cocinar para cincuenta comensales, en tu propio local y con tu equipo, que para más de 3.000, con una logística y una filosofía propias de la street food. Y tampoco es lo mismo sentarse a una buena mesa y ser atendido por camareros y sumilleres que recoger la comida en una barra y buscar un sitio libre para disfrutarla. Teniendo en cuenta estos condicionantes, todo nos pareció correcto. Algunos asistentes opinaban que las raciones eran escasas, pero conviene recordar que el vino también aporta calorías. Otros decían que la oferta de vinos y tapas estaba descompensada (cuesta consumir catorce copas de vino en unas pocas horas, mientras que los siete platillos de comida nunca sobraban). Por lo demás, el público parecía conforme. Sólo desmerecía claramente el pan -durísimo- que acompañaba algunas tapas. Nadie acude a la Cata del Barrio de la Estación para comer pan, por supuesto, pero un evento que aspira a ser memorable por su gastronomía, y no sólo por sus vinos, su ambiente y su entorno, deberá cuidar esos detalles.

Al margen de lo gastronómico, la principal novedad de esta edición ha sido la menor afluencia de público. Las ediciones precedentes tuvieron un aforo de unas 5.000 personas, que llenaron literalmente el barrio y se vieron obligadas a hacer cola ante muchos mostradores. Fueron jornadas muy exitosas, pero un tanto masificadas. Esta vez se ha reducido el aforo a unos 3.500 asistentes, lo que ha redundado en un mayor desahogo. El recorrido por el barrio resultaba más agradable, se podía encontrar mesas y asientos libres con mayor facilidad, las colas no han desaparecido por completo (sobre todo en las barras de tapas, donde el servicio es más lento) pero han disminuido las aglomeraciones y los tiempos de espera. En definitiva, los organizadores han apostado por la calidad frente a la cantidad, y su decisión resulta especialmente loable en una época y un país en los que el éxito suele medirse en cifras de visitantes, sin evaluar como corresponde su grado de satisfacción. La Cata del Barrio de la Estación ha querido convertirse definitivamente en una celebración selecta, para un público educado y exigente, con verdadero interés por la cultura del vino. Pero sin perder por ello su carácter desenfadado y alegre. Era un envite arriesgado, habida cuenta de que estamos saliendo todavía de una crisis económica gravísima, y la respuesta de los aficionados parece indicar que se ha avanzado en una buena dirección. En Haro no había plazas hoteleras disponibles desde hacía varios meses. Y la venta anticipada de entradas a precio reducido fue clausurada semanas antes del evento, lo que sugiere que se habían alcanzado ya los objetivos perseguidos.

En resumen, la Cata del Barrio de la Estación se está consolidando como el acontecimiento más ambicioso y singular de su género en España. El hecho de que tenga margen de mejora alimenta su interés de cara a futuras ediciones. Su precio puede resultar elevado para muchos bolsillos, pero brinda una experiencia única, cuyo valor supera el coste material de los vinos y la oferta gastronómica. En realidad, las bodegas no pretenden obtener beneficios con las entradas y la venta directa de botellas. La Cata representa para ellas, más bien, una costosa e inteligente inversión promocional a medio plazo, que se completa hoy (lunes 18 de junio) con una jornada para profesionales. Es la otra cara de esta fiesta, oculta para el gran público: una cata propiamente dicha, dirigida cada año por un experto de prestigio internacional (Tim Atkin, Pedro Ballesteros, Sarah Jane Evans), a la que asisten cientos de especialistas españoles y extranjeros. Otra iniciativa ambiciosa, esmerada y digna de aplauso, que en la edición de 2016 consiguió un éxito rotundo.

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