Entrevista a Telmo Rodríguez: «Tenemos lo que nos merecemos por haber abandonado el campo»

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Telmo Rodríguez se formó en Francia, trabajó durante algún tiempo en Remelluri, la bodega-chateau de su familia en la Rioja Alavesa, y en 1994 inició junto a Pablo Eguzkiza uno de los proyectos vitivinícolas más interesantes de las últimas décadas en España: la Compañía de Vinos Telmo Rodríguez. Hace tres años regresó a Remelluri para acometer un profundo proceso de renovación de la propiedad, que hoy dirige junto a su hermana y que compagina con la Compañía de Vinos. Fijándose en el buen hacer de nuestros vecinos franceses, en lo tocante al vino y a otros ámbitos, mantiene un discurso crítico con el pasado reciente del sector en nuestro país. En esta entrevista, Telmo Rodríguez dice cosas que casi nadie dice con tanta rotundidad.

PREGUNTA ● La Compañía de Vinos Telmo Rodríguez produce en estos momentos veinte vinos en nueve zonas vitivinícolas muy distintas: Rioja, Ribera del Duero, Toro, Valdeorras, Cigales, Rueda, Cebreros, Alicante y Málaga. ¿Tenéis previsto expanderos a otras regiones, o preferís centraros en estas nueve?

RESPUESTA ● Somos una pequeña compañía, de tamaño muy humano. Nunca fue nuestro objetivo hacer tantos vinos, ha surgido así porque hemos conocido lugares que nos han conquistado. Hoy tenemos un proyecto que ya es complicado, intenso, muy variado. Con lo que cuesta montar un proyecto vitícola, creo que no debemos hacer nada más. Por otra parte, nos hemos centrado mucho en el norte de España, esa es nuestra zona natural, con las excepciones de Alicante y Málaga.

P ● ¿Por qué esas excepciones?

R ● Queríamos reivindicar zonas olvidadas que fueron importantes hace siglos, y Málaga es un gran ejemplo. Shakespeare ya hablaba del Mountain wine y fue uno de los vinos más importantes del mundo en el siglo XVIII. Para nosotros volver a hacerlo fue un lujo y una declaración de intenciones. En cuanto a Alicante, la variedad monastrell me parece muy interesante y siempre me ilusionó hacer algo mediterráneo. Queríamos reivindicar la variedad mourvèdre, que mucha gente piensa que es francesa, como variedad española y mediterránea.

P ● ¿Y crear nuevos vinos en las zonas en las que ya estáis implantados?

R ● Eso quizá sí, porque la Compañía al principio tenía muy poca capacidad de inversión y es como una flor que se está abriendo ahora. Quisimos tener viñedos excepcionales en algunas zonas excepcionales y hemos dedicado mucha energía a ese proyecto. Hoy contamos con unas ochenta hectáreas en Rioja, Ribera del Duero, Cebreros, Valdeorras y Málaga, distribuidas siempre en viñas de no más de veinte hectáreas. Hemos intentado recuperar el modelo de explotación de los vigneron, esa unidad familiar que controla una pequeña viña y elabora una pequeña cantidad de vino. Creo que si produces más de 60.000 o 70.000 botellas te conviertes en una bodega industrial, y eso no me interesa. Somos una compañía productora, no comercializadora.

P ● ¿Cuánto vendéis en España y cuánto fuera, aproximadamente, y cuál sería vuestro porcentaje ideal de exportación en un escenario sin crisis?

R ● Cuando empezamos vendía el 100% de nuestra producción fuera de España. Ahora vendemos aproximadamente el 87% fuera. En España quiero vender más, en parte por ir contracorriente. En este momento tan complicado creo que hay que invertir en profesionales buenos de nuestro país. Mi idea es vender un 20% aquí. Está habiendo un cambio en España y es bonito apoyar a distribuidores que están rompiendo la idea de que el vino es un negocio industrial. Nosotros trabajamos sólo con pequeños clientes, a los que les gusta el vino.

Soy partidario de proteger el gusto de un sitio; la denominación de origen por la denominación de origen no me interesa»

P ● En alguna ocasión has dicho que te gusta trabajar en «mercados exigentes». ¿Cuáles te interesan más?

R ● Trabajar en mercados buenos te hace mejor. Yo fui a aprender a la fuente, a Francia, y de entrada trabajar con productores de calidad te mejora. Luego, vender en mercados donde están acostumbrados a comprar grandes vinos te enseña que tienes que hacer un gran esfuerzo para estar a la altura. Vender en países como Japón, Estados Unidos, Alemania o Suiza te convierte en mejor productor. Por lo demás, no me interesa nada presentarme como un productor «español». Creo que hay productores buenos y malos, y me siento mucho más próximo a un buen productor californiano, austriaco, francés o italiano que a un productor español que no entienda nada de lo que a mí me interesa.

P ● Al elaborar vinos en diversas comunidades autónomas y denominaciones de origen os enfrentáis a distintas normativas. ¿Eres partidario de los planteamientos restrictivos para garantizar unas señas de identidad, o del laissez faire?

R ● Creo en la denominación de origen entendida como un lugar que elabora un producto especial que debe ser protegido. Soy partidario de acotar, de preservar y de defender el gusto de un sitio, porque soy amante de los grandes vinos. Pero las Administraciones luego hacen lo que quieren. La denominación por la denominación no me interesa. He sido miembro de un grupo que se llamaba Renaissance de l’Appellation, y sostenía que si dentro de una zona plantas en un lugar inadecuado, trabajas mal la viña y elaboras los vinos utilizando levaduras o productos alternativos, al final no estás haciendo un vino de ese sitio, estás utilizando un nombre que pierde su sentido. Nosotros creemos en los sitios y hemos intentado ir más lejos que cualquier regulador de una zona. Cuando llegamos a Cebreros en 1999 nadie hacía vino allí, no había indicación geográfica y no nos importó. Fuimos a hacer vino de Cebreros, porque había unas viñas muy especiales que explicaban un sitio muy especial.

P ● En la Compañía de Vinos decís que tenéis «una gran compenetración con la mejor distribución de los principales mercados del mundo». ¿A qué os referís, a la importancia de tener buenos importadores?

R ● Creo en esa relación con el distribuidor. Nunca hemos tenido un distribuidor que quiera vender un vino «español»; queremos un distribuidor que entienda nuestro proyecto y que además tenga un cliente que entienda lo que él distribuye. Émile Peynaud siempre decía que el vino lo hace el consumidor, no el productor. Si no tienes un buen consumidor, nunca serás un buen productor. Es triste, pero una de las razones por las que empezamos exportando el 100% de nuestra producción fue que en España teníamos un consumidor que no nos empujaba hacia arriba, sino que tiraba de nosotros hacia abajo. No hemos respetado nuestras regiones vitivinícolas; hemos bebido cuatro marcas de Rioja. Y es fundamental conseguir un cliente culto, que entienda y aprecie tu trabajo.

P ● ¿Eres optimista respecto a la cultura del vino en España?

R ● Soy optimista, sí. Creo que los nuevos elaboradores beben buen vino, viajan, prueban buenos champagnes. Hoy en día la carta de vinos en cualquier restaurante bueno es mucho más original y excitante que hace unos años. Hay distribuidores como Alma Vinos Únicos, Vila Viniteca o Cuvée 3000 que tienen verdadera pasión por el vino y que están haciendo una labor de importación increíble. En España nos gusta la gastronomía, gastar dinero en comer y en beber; creo que es un país con un gran potencial.

Nos hemos cargado al viticultor, hemos dejado el vino a las grandes empresas y a las cooperativas»

P ● En lo referente al marketing, el vino es un sector particular. Una puntuación excelente o una reseña elogiosa en determinadas publicaciones pueden bastar para dar a conocer un vino en todo el mundo. ¿Qué formas de promoción te parecen más eficaces? ¿Concursos internacionales, puntuaciones en guías y revistas, reseñas de expertos, catas de presentación, ferias, degustaciones en eventos, ofertas especiales en comercios de prestigio, publicidad tradicional…?

R ● Creo que detrás de un vino tiene que haber una calidad, una historia, algo que contar. Somos comunicadores. Y luego, por supuesto, tienes que tener suerte. Hay vinos que han tenido todo esto y han conseguido convertirse en marcas excepcionales. Yo soy productor y creo mucho en la realidad, en la verdad de un vino. He decidido trabajar mucho y hacer muchas catas. Viajo a Singapur o a Kobe y explico directamente al dueño de un restaurante el origen y las características de un vino. Creo que estamos en un momento de cambio y que pegar un pelotazo con la prensa será cada vez más difícil. Apenas he hecho ferias o promociones, son más para las grandes bodegas comercializadoras. Un pequeño productor lo que tiene que hacer es trabajar durante muchos años demostrando que es un buen productor. Conozco muchos proyectos de éxito de gente que no ha salido de su bodeguita. El otro día en una cata alguien decía que los españoles tenemos los mejores vinos del mundo pero no los sabemos vender. Y lo siento, pero no es verdad. Ni tenemos los mejores vinos del mundo ni es un problema de no saber vender. Aquí nos hemos cargado al viticultor, nos hemos cargado la artesanía. Hemos dejado el vino a las grandes empresas millonarias y a las cooperativas. No se ha valorado ese elemento fundamental que es el pequeño productor de un pueblo con una viña muy buena. Nuestro problema es mucho más profundo. En el aeropuerto de Singapur tienen las categorías Francia, Italia, Nuevo Mundo… nosotros no existimos. ¿Qué argumentos tenemos para competir con Francia o Italia? Tenemos una historia, un lugar, unas variedades, pero no hemos sabido dar una imagen de calidad. Como país tenemos lo que nos merecemos por haber abandonado el campo.

En Europa hablamos demasiado de variedades, cuando son un enfoque muy básico del Nuevo Mundo»

P ● En Remelluri estáis elaborando ahora cuatro vinos. ¿Hacia dónde queréis que vayan, qué estilo buscáis?

R ● He vuelto a Remelluri con una idea muy clara: que se trata de un sitio excepcional. Mis padres se dieron cuenta cuando compraron la finca en los años sesenta. Y los grandes vinos nacen de sitios excepcionales. Con la particularidad de que Remelluri es una propiedad vitícola desde el siglo XVI. Pertenecía a un monasterio y los monjes en aquella época ya hacían vino con el nombre Granja Nuestra Señora de Remelluri, y pagaban un impuesto por ello. Ahora queremos hacer un Remelluri de verdad, un Remelluri exclusivamente de la finca Remelluri. Antes comprábamos un 30% o un 35% de uva a familias del entorno. Y no podemos explicar Remelluri introduciendo elementos que diluyen su perfil. Por eso hemos creado un vino nuevo, que se llama Lindes de Remelluri, con las uvas de esas viñas que lindan con la propiedad. Con dos finalidades: por un lado, reservar la uva de la finca para hacer por fin un vino solo de la finca, y por otro, dar valor al viticultor, porque uno de los grandes dramas de Rioja ha sido que se le ha relegado. Lindes de Remelluri es un vino firmado por los viticultores, un vino fresco, donde la bodega queda en un segundo plano. Luego está el Remelluri reserva, que queremos que sea el tronco de la bodega, y nos interesa mucho el Granja Remelluri, que está concebido como nuestro gran vino y del que se harán solo 20.000 o 30.000 botellas. Finalmente, el Remelluri blanco es un proyecto que hice en los años noventa. Quise elaborar un vino con las mejores zonas de Remelluri, intentando explicar por qué es tan original el lugar, y quise que fuera un vino que no hablara de la variedad, por lo que utilicé nueve variedades blancas. En el Viejo Mundo no deberíamos hablar tanto de variedades. Las variedades son un acercamiento muy básico que se utiliza sobre todo en el Nuevo Mundo desde hace unas décadas. En Europa, nuestros ancestros plantaron unas variedades para que expresaran un sitio, no para que el vino supiera a esas variedades. Un tempranillo de Labastida no tiene nada que ver con un tempranillo de Aranda de Duero. Creo que el vino explica el sitio, y que la variedad es un medio.

Me parece una salvajada sustituir viñedos en vaso por espalderas»

P ● Sin embargo, el Remelluri blanco parece que choca con la filosofía de vuestra Compañía de ceñiros exclusivamente a variedades autóctonas.

R ● Es verdad que en la Compañía dimos mucha importancia a respetar las variedades que había en cada zona. Nació en un momento en el que en España la Administración fomentó la plantación de cabernet y merlot, que se llamaban entonces variedades «mejorantes». A mí me pareció que eso era tocar fondo. Que la propia Administración destruya el patrimonio vitícola de un país… es como si demoliéramos nuestras iglesias, o la Alhambra, para sustituirlas por obras de un arquitecto de moda. Me pareció que había que reaccionar. Y desde el vino más sencillo de la Compañía hemos reivindicado lo nuestro, porque creo que es lo culto, lo correcto. Ahora tengo otra lucha, contra el cultivo en espaldera. Creo que estamos destruyendo el paisaje en todo nuestro país, cambiando viñedos maravillosos en vaso por espalderas. Me parece una salvajada, pero fíjate, es lo que promueve la Administración. Somos un país profundamente inculto. En el caso del Remelluri blanco, además de recuperar algunas variedades que había antes, como el garnacho blanco, la malvasía o el moscatel, planté otras variedades porque lo que quería era «explicar» el lugar. Al hacer un vino con nueve variedades, al final la variedad queda en un segundo plano. En cambio, ahora estoy haciendo un vino blanco con solera, que es un homenaje a López de Heredia, y que está basado en viuras y malvasías de mucha calidad.

P ● ¿Cuándo tenéis previsto sacarlo?

R ● Llevamos cuatro años haciéndolo, está todavía envejeciendo, dentro de un año o dos lo embotellaremos.

P ● También llama la atención la utilización de uva blanca en la elaboración de los Remelluri tintos, y en particular de moscatel para el gran reserva.

R ● En Rioja el viñedo no se ha preservado. Mi padre hizo una cosa muy interesante cuando llegó a Remelluri. Encargó a un guardaviñas del pueblo que injertara en una viña todas las variedades que había en la propiedad y alrededor. Y en esa viña hay más de veinte variedades. El viñedo antiguo en Rioja, el de toda la vida, era así: coplantado y con muchas variedades. En Remelluri queremos volver a ese modelo tradicional. La utilización del moscatel en los vinos tintos es en cierto modo una provocación: siempre había moscatel en los viñedos viejos; quiero que la gente sepa que no todo era tempranillo en Rioja.

P ● Dejando al margen esa provocación, por motivos técnicos puede sorprender que a un vino tinto destinado a perdurar le pongáis algo de uva blanca, ahora que se mira tanto la capa y la extracción.

R ● Todo gran vino debe ser capaz de envejecer mucho tiempo, por supuesto, y Rioja demuestra que es una de las grandes regiones del mundo cuando pruebas un vino de los años cuarenta o cincuenta. La obsesión por la capa creo que ya está superada. En las elaboraciones tradicionales en Rioja no se primaba la extracción, de hecho los productores rurales descubaban antes de que acabara la fermentación. El vino de Rioja ha sido siempre un vino suave, redondito.

Que la gente se interese por el vino me parece bien, pero que no se convierta en un circo»

P ● La Granja Nuestra Señora de Remelluri es una de las propiedades vitícolas más bonitas que conozco. Como amante del vino y como bodeguero, ¿qué opinas del enoturismo?

R ● Remelluri es muy bonito, pero chateaux bonitos hay cientos. Mi trabajo en los últimos 25 años ha sido oler sitios, intuir sitios buenos para hacer vino. Y en los próximos diez años será demostrar que Remelluri es un sitio con gran personalidad. No hay que quedarse en la superficie. En cuanto al enoturismo, creo que todo lo que se haga alrededor del vino puede ser interesante, siempre y cuando no caigamos en la mediocridad. Ahora los Gobiernos de todas las comunidades autónomas hablan de enoturismo, pero en los últimos cincuenta años nuestras Administraciones se han cargado los pueblos. Son feos, no los hemos respetado. ¿Y ahora quieren atraer a un turista sofisticado? Lo primero que diría a las personas que están tratando de fomentar el enoturismo desde la Administración es que vayan a ver la Toscana, Borgoña, Burdeos; sitios en los que ha habido una política de preservar, de ayudar; en los que no te encuentras chalets adosados a la entrada del pueblo junto a unas casas con tejados de pizarra. Nosotros, desgraciadamente, nos hemos cargado nuestros pueblos. Pese a todo, todavía tenemos paisajes increíbles. Y si se gestiona bien, es positivo que la gente los visite. No queremos que Remelluri sea visitado de forma masiva. Hemos creado unos pequeños paseos por la propiedad y a veces me emociona ver a gente caminando con respeto y disfrutando del campo. En cambio, me saca de quicio ver a personas que pasean con una bolsa de plástico, cogiendo uvas o romero. Que la gente se interese por el vino me parece muy bien, pero que no se convierta en un circo.

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