Entrevista a Juan Carlos López de Lacalle, director de Artadi, Artazu y El Sequé

  • Autor de la entrada:
En este momento estás viendo Entrevista a Juan Carlos López de Lacalle, director de Artadi, Artazu y El Sequé

El fundador de Artadi (Laguardia, Rioja Alavesa) está considerado una de las figuras claves en la renovación de los vinos de Rioja. De las actuales bodegas de prestigio internacional de la denominación de origen, Artadi es para muchos la decana, la que cuenta con una trayectoria más prolongada y sostenida de reconocimiento crítico. La añada 2004 de su vino Viña El Pisón obtuvo 100 puntos Parker, pero ya en 1995 había logrado 99 puntos. Juan Carlos, de trato sencillo y cercano a pesar de los éxitos, dirige también las bodegas Artazu, en Navarra, y El Sequé, en Alicante. Para octubre de este año prepara el lanzamiento de tres nuevos vinos de finca: Valdeginés, La Poza y El Carretil, todos con la marca Artadi. En esta entrevista, Juan Carlos López de Lacalle nos habla de su trayectoria y sus proyectos.

PREGUNTA ● Se le considera un renovador de los vinos de Rioja. ¿En qué diría usted que consistieron sus aportaciones?

RESPUESTA ● He tenido la suerte de vivir un momento de transición que se puede considerar un poco histórico. Después de la guerra, en los años cuarenta, cincuenta o incluso sesenta, el vino era un elemento residual de la economía, enclavado en determinadas regiones vitivinícolas de España con mucho arraigo. Había que comer pan, cultivar trigo y hortalizas… había otras prioridades. Esto yo casi lo he vivido. Luego, en los años setenta, llegó la industrialización. Se empezó a hablar de filtros, vinoductos, termovinificadores, microbiología; se comenzaron a utilizar depósitos de acero inoxidable… Nadie sabía nada de eso. Yo empecé a estudiar en el año 1974 y formé parte de la primera promoción de enólogos españoles. Y hubo un gran boom, un cúmulo de nuevas aportaciones. Después, en torno al año 1990, se dio una vuelta de tuerca para encontrar en el vino el espíritu, la personalidad, la autenticidad… Empezamos a pensar en el viñedo, en las peculiaridades de las zonas, de los microclimas, de los ecosistemas. En el año 1991 nació El Pisón, mucho antes de que se generalizara el uso de expresiones como «vino de alta expresión» o «vino de autor», una terminología que no siempre responde a lo que hay detrás. Lo que yo he aportado ha sido vivir en ese momento y vivir esos cambios. He querido excavar en el recuerdo, en la tradición y el saber hacer que conocí en mi casa, sobre todo con mi abuelo, hasta encontrar en el vino no un producto industrial, sino con alma.

P ● ¿En ese viaje desde la industrialización a la recuperación de las esencias del lugar, se sintió solo o tuvo compañeros?

R ● Creo que en este sector, para bien o para mal, somos viajeros casi en solitario. Tenemos todos una manera de trabajar un poco de puertas adentro; cada uno guarda sus secretos. Pienso, por otra parte, que si guardas con cierto celo lo que haces también generas cierta riqueza patrimonial, contribuyes al patrimonio variopinto de una zona y una viticultura complejas y con muchos matices. Pero también es cierto que la tendencia se respira en general. No, no me he sentido solo, hay ahora muchas bodegas, muchos compañeros y mucha gente joven con una vocación apasionada por el mundo del vino; gente riojana, que ha vivido la viña, y técnicos con gran formación profesional y científica. También hay algunos advenedizos que se han aprovechado en alguna medida de las circunstancias, del trabajo silencioso de nuestros antepasados, para apostar a caballo ganador. Pero al final la realidad del trabajo diario, del esfuerzo, de la pasión, pone a cada uno en su sitio.

P ● La Denominación de Origen Rioja presenta en estos momentos una realidad muy diversa, en la que caben pequeñas y medianas bodegas que defienden prácticas de viticultura y enología muy exigentes y también grandes empresas más cercanas a ese modelo industrial del que hablaba antes. ¿Hasta qué punto existe una identidad de Rioja?

R ● Creo que sí que hay una identidad. Lo que pasa es que es muy difícil que en una denominación de origen tan amplia, con 60.000 hectáreas de viñedo, todo se tenga que vender a unos precios altos, con gran valor añadido, con gran glamour… Hay una escala de valores y calidades. En Burdeos existen también un puñado de grandes châteaux que mantienen viva la imagen de grandeza de la zona y luego hay vinos a dos euros. No nos deberíamos rasgar mucho las vestiduras por esto, porque es una realidad de mercado.

P ● ¿Se podría establecer en Rioja algún sistema de clasificación de vinos o viñedos basado en criterios de calidad?

R ● Quizá para eso no estemos todavía maduros. Yo participé cuatro años en el Consejo Regulador como vocal, cuando se creó la denominación de origen «calificada». En aquel momento tal vez se pudo haber intentado algo en esa línea… Pero es muy difícil. Nosotros, en concreto, no queremos ser más que nadie. Aunque es cierto que hay algunas bodegas pequeñas que están haciendo las cosas de manera diferente, que están creando escuela, que ponen el pabellón un poco más alto, que dan notoriedad a la marca Rioja, aunque sus ventas sean ridículas en comparación con los grandes grupos, y creo que sería justo que hubiera sensibilidad para ellas. Porque también hacen Rioja.

No tengo un carácter rebelde, sino que intento ser lógico, racional»

P ● También se le ha atribuido un carácter crítico o transgresor. Por ejemplo, se ha opuesto a la clasificación tradicional de los vinos de Rioja en jóvenes, crianzas, reservas y grandes reservas.

R ● No es que tenga un carácter rebelde, sino que intento ser lógico, racional. Hubo un momento en la historia de Rioja en el que ese sistema de clasificación fue una manera exitosa de abrir los ojos al consumidor. Pero el tiempo de crianza no da la calidad de los vinos. El tiempo lo podemos utilizar como medio, no como fin. Es como si estudias una carrera: no por ir cinco años a la facultad obtienes conocimiento ni te dan un título. Tienes que aportar cosas. El vino, evidentemente, necesita estar un tiempo en la barrica, el que sea, pero ese tiempo no es el fin, es un medio. Hoy hay grandes bodegas que mantienen una línea de comercialización de crianzas, reservas y grandes reservas y luego tienen su gran vino, el vino especial, el vino estrella… y a ese no le aplican esa clasificación en la etiqueta, sino que indican solamente la añada. Nosotros lo estamos haciendo desde el año 1997, y eso deja huella. La calidad está en la uva. El vino hay que hacerlo en el viñedo. Si tengo un fruto de calidad podré hacer vino bueno o no, pero si tengo un mal fruto nunca lo podré hacer bueno. Pero no quiero levantar heridas, ni generar discordia. Quiero mirar adelante, que seamos positivos, que no nos peleemos en casa. Hay que sumar y no restar: eso es lo más importante.

Si viticultores y bodegueros no creen por sí mismos en la calidad, las normas de las denominaciones de origen no sirven para nada»

P ● Aparte de ese aspecto concreto de la normativa de Rioja, ¿hay algunos otros que se podrían revisar?

R ● Yo soy bastante anarco en lo que tiene que ver con las reglamentaciones. Creo que las prácticas agrícolas y enológicas de calidad deben partir de un convencimiento fuerte de los propios viticultores y bodegueros. Si no hay un convencimiento de que la calidad depende de las labores que realices, las normas no sirven para nada. Por ejemplo, la limitación obligatoria del rendimiento de las viñas por hectárea sirve para regular la oferta, pero no la calidad, como se dice a veces. El sistema de control del rendimiento de una explotación agrícola acaba haciendo una media de los rendimientos de las distintas parcelas que componen esa explotación, entre las cuales puede haber unas viñas que produzcan 2.500 kilos de uva y otras que produzcan 8.000. ¿Para qué nos gastamos tanto dinero en ese sistema de control? Desde el punto de vista de la calidad, no tiene lógica. La única manera de regular la calidad es que uno mismo crea en ella. Si sabes que con una viña que produce 12.000 kilos de uva por hectárea nunca podrás elaborar un vino de alta calidad, ya te encargarás tú mismo de no abonar, de hacer un buen cultivo, de realizar una vendimia en verde, de poner o de quitar…

¿Por qué los que cultivan de forma más natural se tienen que certificar, y los otros no? Son los otros los que tendrían que llevar un marchamo que indicara: «Este señor contamina»

P ● Hablando de viticultura, ¿practican la agricultura biodinámica en todas sus parcelas de Rioja, Navarra y Alicante?

R ● Nosotros llevamos unos 26 años sin abonar ni un palmo de tierra. Creo que hay dos cosas que influyen mucho en la viticultura: el abonado y la aplicación de herbicidas. Las condiciones climatológicas de una añada también son muy influyentes, por supuesto, pero el suelo, el soporte, es muy importante. En la medida en que incides en la composición del suelo, la viña responde de forma diferente. Cuando compramos viñas, tardamos unos diez años en equilibrar el suelo, en estar totalmente seguros de que se ha regularizado el contenido de todas las enmiendas que se han podido hacer a ese terreno. Practicamos una agricultura integrada y ahora se ha incorporado a nuestro equipo mi hijo Carlos, que está trabajando en el conocimiento de la viticultura ecológica y biodinámica. No con el objetivo de lograr una certificación, sino de estar a gusto con nosotros mismos y con nuestro trabajo en la naturaleza y en la enología. Queremos saber cómo funciona una agricultura sin pesticidas, sin insecticidas, sin herbicidas, sin fertilizantes, sin el cúmulo de productos ajenos al suelo que rompen el equilibrio natural del medio en el que vivimos. Tenemos que hacer una viticultura que induzca a la vida, en la que «todo el mundo» tenga derecho a vivir: la mariposa, el gusano, la mariquita, la araña roja, la amarilla, la polilla, el moho, el hongo… Sin embargo, desde la industrialización hemos implantado una agricultura de la muerte: hay que matarlo todo. ¿No será mejor hacer algo para que todos los organismos vivan que hacer algo para que todos los organismos mueran? Esa es nuestra filosofía. Ahora estamos intentando practicar incluso una viticultura de no laboreo en algunos terrenos donde hay mucha vegetación, con el objetivo de enriquecer un poco la microflora del suelo y aumentar las posibilidades de que se produzca una buena transformación del aporte mineral al aporte orgánico.

P ● Y más adelante, ¿no tienen pensado obtener la certificación de vinos ecológicos?

R ● Estamos haciendo todas estas cosas muy poco a poco y sin ningún afán de certificación, porque ese es otro contrasentido: ¿por qué los que cultivan de forma más natural se tienen que certificar, y los otros no? Son los otros los que tendrían que llevar un marchamo que indicara: «Este señor contamina». El que no contamina no tendría que poner nada. Pero el marketing es tan hábil que incluso los más anarcos, los más críticos, los más «anti-todo» aceptan la certificación. El que contamina se siente estándar y convencional, mientras que yo me tengo que sentir «raro» llevando un sello…

P ● En su bodega de Navarra, Artazu, trabajan con uva garnacha. ¿Alcanzará esta variedad algún día el prestigio del tempranillo?

R ● Es una cuestión de tiempo, de cultura y de sensibilidad. El tempranillo es una de las grandes variedades del mundo, como la cabernet, la merlot o la pinot noir. Tiene esa dulzura, esa caricia, ese sentido del equilibrio de las cosas bien pulidas, como de marquetería bien ensamblada… Pero la garnacha tiene una grandeza que quizá no hemos sabido explotar todavía. Tiene una personalidad tan propia, tan clara, tan definida, que se puede elaborar con ella un gran vino. Evidentemente, distinto, con otro patrón. La vibración, la fuerza, la energía que tiene la garnacha, no la tiene nunca el tempranillo. Si tomas un guiso elaborado, un plato de caza, un embutido, con mucha carga de sabores, la garnacha se introduce en las papilas de forma eléctrica, dejando una sensación de limpieza y frescor que no proporciona el tempranillo. Son dos conceptos diferentes. Uno es la fuerza y la energía y otro la caricia y el bombón.

P ● ¿Con qué se puede identificar el monastrell, la variedad que cultivan en Alicante?

R ● El monastrell es como un After Eight. Por un lado dulzor, sazón, fruta muy madura, muy concentrada en boca. Y al mismo tiempo notas balsámicas, anís, menta, eucalipto…

P ● En 2007, la revista de Robert Parker concedió por primera vez su máxima puntuación a cinco vinos españoles. Uno de ellos era Viña el Pisón 2004 y otro Contador 2004, de Benjamín Romeo, que trabajó como enólogo en Artadi. ¿Mera coincidencia, o una forma similar de hacer las cosas?

R ● Son vinos diferentes. Pero Benjamín ha estado muchos años trabajando en Artadi y evidentemente eso le habrá influenciado, del mismo modo que hay otros enólogos en España y en el mundo que siempre estarán asociados a un pasado ligado a una gran bodega. No obstante, las condiciones son diferentes y por lo tanto los resultados también son diferentes. Esto también tiene su lógica. Además, el paso del tiempo juega un papel decisivo en las personas, en la concepción de los valores cualitativos del viñedo y de los vinos. Yo no he hecho mis vinos del mismo modo en los años 2004, 2007 o 2009 que en los años 1991 o 1994.

Ahora quiero reproducir las sensaciones de cada viñedo. ¿Por qué todo el vino tiene que ser fino, delicado, elegante y sutil?»

P ● ¿Por la añada, por nuevos aprendizajes o por ganas de probar cosas distintas?

R ● Porque sientes de forma diferente. Los bodegueros en cierta medida nos movemos por instinto e intuición. Puede sonar a cierta pedantería, pero es así. En un momento determinado puedes querer desarrollar la fuerza de un viñedo, extraer su mineralidad, su concentración, su finura o su profundidad. En otro momento te interesa más la jovialidad, el desenfado, las reacciones primarias, de niño pequeño, de un viñedo distinto, y quieres ver eso reflejado en un vino de trazo mucho más divertido… Evolucionamos y producimos vinos en función de nuestras sensaciones y nuestras experiencias en la vida.

P ● ¿Y ahora en qué momento se encuentra?

R ● Ahora quiero transparencia. Reproducir las sensaciones de cada viñedo. Si uno es rústico, ¿por qué no? Si es simpático, ¿por qué no? Si es mineral, ¿por qué no? ¿Por qué todo tiene que ser fino, delicado, elegante y sutil? ¿O por qué tiene que ser todo lo contrario? Estamos entrando en la época de la transparencia.

Deja una respuesta