Nuestras impresiones de la segunda Cata del Barrio de la Estación de Haro

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Este año hemos acudido por primera vez a la Cata del Barrio de la Estación de Haro, con ganas de valorar personalmente un evento de objetivos y presupuesto ambiciosos, que se venía promocionando con bastantes meses de antelación (prácticamente desde que concluyó la edición anterior). Y, siendo rigurosamente honestos, creemos que del resultado se pueden decir muchas cosas positivas y muy pocas malas.

La jornada para profesionales, a la que asistieron, según datos de la organización, unas 700 personas, fue impecable. Desde la señalización del barrio hasta las botellas de agua (riojana) utilizadas en las catas, se cuidaron todos los detalles para recibir a un público exigente, con notable presencia internacional y algunos expertos de primer nivel. La cata de ensamblaje de vinos dirigida por Pedro Ballesteros logró sorprender o cuando menos interesar a periodistas, distribuidores, sumilleres, comercializadores y bodegueros que ya han asistido a muchas catas convencionales. Y a cualquier aficionado riojano le habría complacido ver, por ejemplo, a un joven Richard Morley (de Decanter) identificar sin dificultad unos varietales de graciano o barruntar que un vino de tonos dorados que no parecía estar elaborado con viura podría ser de tempranillo blanco (y lo era, en efecto: el que se utiliza en el coupage del nuevo Montes Obarenes de Bodegas Gómez Cruzado, con el que concluyó la cata). Durante el resto del día los profesionales tuvieron la oportunidad de recorrer a gusto las bodegas, sin apreturas, y de probar la mayoría de sus vinos, cuando no todos. Una inversión promocional inteligente, en suma, que da una buena imagen de las bodegas del Barrio de la Estación de Haro y que contribuirá a la difusión de su singularidad y de sus vinos.

La jornada abierta al público, de carácter festivo, era a priori más complicada y más temible: se esperaba a 4.500 o 5.000 personas (el aforo máximo acordado por los organizadores) y las previsiones meteorológicas anunciaban lluvia. Finalmente, todo concluyó de manera satisfactoria. La lluvia fue escasa e intermitente; la temperatura, agradable; los descampados habilitados como aparcamiento, suficientes (aunque en algunas zonas estaban encharcados), y las filas y aglomeraciones ante las barras de vinos y tapas o los aseos, que parecían inevitables en un evento tan concurrido, resultaron asumibles (es decir, que no se prolongaron hasta el punto de resultar agobiantes). Hacia el final de la jornada los asistentes discurrían sin incidencias por las calles del barrio, las sonrisas estaban bastante generalizadas y no se escuchaban quejas. Muchos “repetidores” opinaban que este segundo año había sido mejor que el primero, muchos también se citaban para la próxima edición, y alguno apuntaba, como reproche personal, que había echado en falta algo más de animación musical en vivo.

Se puede destacar que la oferta de vinos fue, en conjunto, excelente y generosa, tanto por el número y la calidad de las referencias seleccionadas como por las añadas elegidas (los catorce vinos de la jornada abierta al público se servían, además, con la medida habitual que tiene una copa en un bar o un restaurante, no en una cata propiamente dicha). Frente a tanta excelencia y abundancia, el surtido de tapas se sitúa en un escalón inferior, aunque es suficiente si se concibe como un acompañamiento reparador que no pretende restar protagonismo al vino. El trato dispensado al público fue atento, cercano y cordial. Hubo una presencia saludable de visitantes internacionales (británicos, franceses, asiáticos…), que probablemente pueda aumentar en próximas ediciones, conforme el evento se difunda y consolide. Los espacios abiertos a los asistentes dentro de cada bodega permitían dar una idea de sus atractivos a quienes no las conocieran. Y, finalmente, los máximos representantes de las bodegas estuvieron cercanos y accesibles, en un ambiente de amistad en torno a la cultura del vino típicamente riojano (por allí andaba Guillermo de Aranzábal, presidente de La Rioja Alta S.A., recorriendo las bodegas como un visitante más, con la pulsera acreditativa y la copa que se entregaba al público general al inicio de la jornada; o Isacín Muga, patriarca de Muga, acogiendo como un perfecto anfitrión en las zonas privadas de su bodega a un grupo de visitantes desconocidos que se había acercado a saludarlo).

En cuanto a los riesgos de congestión, son los propios del éxito de público. La única manera de evitarlos sería reducir el número de entradas a la venta, con las implicaciones que ello pudiera tener. Con un aforo de 5.000 personas, por muy eficaz que sea la organización, es imposible impedir que la afluencia de visitantes se pueda concentrar en un momento determinado en uno o varios puntos y se formen colas o escaseen los asientos. Sucede tanto en un evento festivo como en una exposición en el Museo del Prado. Afortunadamente, quienes deseen conocer el Barrio de la Estación y sus vinos de una manera más sosegada, pueden hacerlo cualquier otro día del año (todas las bodegas tienen wine bar y horarios de apertura amplios, que incluyen domingos y festivos). De momento, los organizadores pueden ir planeando la próxima edición tranquilamente, con la satisfacción de saber que la segunda ha sido un éxito.

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